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19 may 2014

Matt Ridley: La sexualidad y sus efectos



Matt Ridley: Qué nos hace humanos, Taurus, Madrid, 2004, pág. 29-33
“La sexualidad y sus efectos”.

Todo empieza por la alimentación. Los gorilas son herbívoros, comen tallos y hojas de plantas verdes como ortigas o cañas y también algunas frutas. Los chimpancés son principalmente frugívoros, buscan y seleccionan ­frutas de los árboles pero cuando pueden añaden hormigas, termitas o carne de mono. Esta diferencia en la alimentación dicta una diferencia en la organización social. Las plantas son abundantes pero no muy nutritivas. Para sacar provecho de ellas, un gorila debe pasar casi todo el día comiendo y no tiene que ir muy lejos. Esto proporciona estabilidad a un grupo de gorilas y facilidad para defenderse. A su vez, esto ha inducido a los gorilas a desarrollar una estrategia de apareamiento polígama: cada macho puede mo­nopolizar un pequeño harén de hembras y sus crías, lo que ahuyen­ta a otros machos.
Sin embargo, las frutas aparecen de forma imprevisible en dife­rentes lugares.

Los chimpancés necesitan grandes territorios para estar seguros de encontrar un árbol frutal. Pero cuando se encuen­tra un árbol hay gran cantidad de comida para dar abasto, de modo que los animales pueden compartir su territorio con muchos otros chimpancés. Pero debido al gran tamaño del territorio, a menudo estos grupos se disgregan temporalmente. En consecuencia, la es­trategia de poligamia no da buenos resultados para el chimpan­cé macho. La única forma de controlar el acceso a un grupo tan grande de hembras es compartir la tarea con otros machos. De ahí que los favores sexuales de un grupo de chimpancés se com­partan entre una alianza de machos. Uno se convierte en el ma­cho «principal» y se lleva la mayor ración de apareamientos, pero no monopoliza. Hasta la década de 1960 no se tuvo ninguna sospecha de que esta diferencia de conducta social derivara de una diferencia de alimentación. Y fue en la década de 1980 cuando se hizo patente una consecuencia extraordinaria. La diferencia ha dejado su marca en la anatomía de dos especies de simios.

En el caso de los gorilas, las recompensas reproductivas de poseer un harén de hembras son tan grandes que los machos que corren grandes riesgos para conse­guirlas han resultado en general progenitores más fecundos que los machos de carácter más prudente. Y un riesgo que merece la pena correr es crecer hasta alcanzar un tamaño enorme… aun cuando se necesite mucha comida para hacer funcionar un cuerpo grande. En consecuencia, un gorila macho adulto pesa más o me­nos el doble que una hembra.

Entre los chimpancés no se ejerce tanta presión sobre los ma­chos para que sean grandes. Para empezar, ser demasiado grande hace que sea más difícil trepar a los árboles y también significa que hay que pasar más tiempo comiendo. Lo mejor es ser solamente un poco más grande que una hembra y usar la astucia, así como la fuer­za, para ascender a lo más alto de la jerarquía. Además, no tiene objeto tratar de suprimir a todos los rivales sexuales ya que a veces serán necesarios como aliados para defender el territorio. Sin em­bargo, puesto que la mayoría de las hembras se aparean con una gran cantidad de machos en el seno del grupo, los chimpancés ma­cho que procreaban más a menudo eran los que en el pasado eya­culaban con frecuencia y voluminosamente. La competencia entre los chimpancés macho continúa dentro de la vagina de la hembra bajo la forma de concurso de esperma. En consecuencia, los chim­pancés macho tienen unos testículos gigantescos y un vigor se­xual prodigioso. En proporción al peso corporal, los testículos del chimpancé son 16 veces mayores que los testículos de gorila. Y las relaciones sexuales de un chimpancé macho son aproximadamen­te cien veces más frecuentes que las de un gorila macho.

Hay una consecuencia más. El infanticidio es común entre los gorilas, como lo es entre muchos primates. Un macho célibe se in­filtra en un harén, agarra a una cría y la mata. Esto tiene dos efectos sobre la madre del bebé (aparte de causarle una gran congoja, aun­que pasajera): en primer lugar, al detener la lactancia la devuelve al estado de celo; en segundo lugar, la convence de que necesita un nuevo amo del harén con más capacidad para proteger a sus crías. ¿Y qué mejor elección que el agresor? De modo que abandona a su pareja y se une al asesino de su hijo. El infanticidio comporta re­compensas gen éticas para los machos, que con ello se vuelven pro­genitores más fecundos que los machos que no matan crías; por eso los gorilas más recientes descienden de los asesinos. El infanti­cidio es el instinto natural en los gorilas macho.

Pero en el caso de los chimpancés las hembras han «inventado» una contraestrategia que previene en gran medida el infanticidio: comparten ampliamente sus favores sexuales. El resultado es que ningún macho ambicioso, aunque fuera a empezar su reinado con una borrachera de sangre, podría matar a alguno de sus propios hi­jos. Los machos que se guardan de matar crías dejan por lo tanto más descendencia tras de sí. A fin de confundir la paternidad sedu­ciendo a muchos machos con la posibilidad de ser padres, las hem­bras han desarrollado en sus rosados traseros una tumefacción se­xual exagerada para anunciar sus periodos fértiles. El tamaño de los testículos de un chimpancé no tiene un signifi­cado propio. Sólo tiene sentido en comparación con los testículos del gorila. Ésa es la esencia de la ciencia de la anatomía comparada.

Y tras haber estudiado dos especies de simio africano de esa mane­ra, ¿por qué no incluir una tercera? A los antropólogos les gusta rei­vindicar una diversidad casi ilimitada de conductas en las culturas humanas, pero ninguna cultura humana es tan extrema que pueda siquiera compararse con el sistema social del chimpancé o el gori­la. Ni siquiera la sociedad humana más polígama está organizada exclusivamente en harenes que pasan de un macho a otro. Los ha­renes humanos se constituyen uno a uno, de modo que la mayoría de los varones, hasta en las sociedades que alientan la poligamia, sólo tienen una esposa. Asimismo, a pesar de los diversos intentos por inventar comunas en las que reina el amor libre, nadie ha lo­grado alcanzar, y no digamos mantener, una sociedad en la que cada hombre haya repetido una breve aventura con cada mujer. La verdad es que la especie humana tiene un sistema de empareja­miento tan peculiar como cualquier otra, que se caracteriza por largas uniones de pareja, normalmente monógamas pero de vez en cuando polígamas, insertas en un gran grupo, o tribu semejante al de los chimpancés. De igual modo, por mucho que varíe el tama­ño de los testículos entre los hombres, no hay un hombre vivo cu­yos testículos (en proporción al peso corporal) sean tan pequeños como ros de un gorila o tan grandes como los de un chimpancé. En proporción al peso corporal, los testículos de los hombres son casi cinco veces más grandes que los del gorila y tres veces más peque­ños que los del chimpancé. Esto es compatible con una especie monógama que muestra un cierto grado de infidelidad femenina. La diferencia entre las especies es la sombra de la semejanza dentro de las especies. Una explicación curiosa del emparejamiento humano se centra una vez más en la alimentación. El especialista en primates Rich Wrangham lo atribuye a la cocción. Con la domesticación del fuego y su adopción para la cocina -que es una forma de predigestión de la comida- se redujo la necesidad de masticar. Una prueba que sugiere el uso controlado del fuego se remonta a 1,6 millones años atrás, pero una prueba circunstancial insinúa que incluso pudo haber tenido lugar antes. Hace aproximadamente 1,9 millones de años, los dientes de los antepasados humanos se acortaron al mismo tiempo que crecía el cuerpo de las mujeres. Esto indica que la alimentación era mejor y se digería con más facilidad, lo que a su vez da la impresión de que estaba cocinada. Pero cocinar exige recoger alimentos y llevarlos al fogón, lo que hubiera dado abundantes oportunidades a los matones de robar los frutos del trabajo de los demás. O, a los hombres, de robar la comida a las mujeres puesto que en aquella época los hombres eran mucho más grandes y fuertes que las mujeres. En consecuencia se habría optado cualquier estrategia femenina que impidiera tal latrocinio, y para una mujer soltera la más obvia era crear un vínculo con un humbre soltero que la ayudara a custodiar los alimentos que ambos recolectaban. Estos hombres, cada vez más monógamos, dejarían de competir mutuamente con tanta fiereza por cada oportunidad de emparejamiento, lo cual motivaría que se hicieran más pequeños en relación con las mujeres -y la diferencia de tamaño entre sexos empezó a recortarse hace 1,9 millones de años-. Posteriormente, el emparejamiento se convirtió en algo aún más profundo cuando los seres humanos primitivos inventaron una división sexual del trabajo. Entre los cazadores-recolectores, los hombres están por regla general más interesados y capacitados para la caza; las mujeres tienen más interés y habilidad para la recolección. El resultado es un nicho ecológico que combina lo mejor de ambos mundos: la proteína de la carne y la fiabilidad del alimento vegetal. 

Pero, por supuesto, no hay tres especies de simios africanos; hay cuatro. Puede que los bonobos que habitan al sur del río Congo se parezcan bastante a los chimpancés, pero han evolucionado aparte durante dos millones de años, desde que el río dividió en dos su territorio ancestral. Al igual que los chimpancés, comen fruta, y al igual que los chimpancés, viven en grandes zonas que comparten con grupos en los que hay gran cantidad de machos. Resulta que sus vidas sexuales y el tamaño de sus testículos deberían ser como los de los chimpancés, pero, como si quisieran enseñarnos humil­dad científica, son asombrosamente distintos. En el caso de los bo­nobos, las hembras son capaces en general de dominar e intimidar a los machos. Lo hacen formando alianzas y ayudándose mutuamente. Un bonano macho en apuros puede contar con la ayuda de su madre más que con la de sus amigos machos. Normalmente, una hembra de bonobo adulta, ayudada por sus mejores amigas, puede superar en categoría a cualquier macho. Pero ¿por qué? El secreto de la hermandad femenina entre los bonobos reside en el sexo. El vínculo entre dos hembras que son muy amigas se estrecha mediante frecuentes e intensas tandas de «hoka-hoka», que los científicos traducen prosaicamente por fric­ción genitogenital. Bajo el dominio benévolo de las hermandades femeninas de cooperación y afecto, la sociedad de los bonobos pa­rece más una fantasía feminista que algo real. Que esto no llegara a comprenderse hasta la década de 1980, cuando se puso en tela de juicio el sesgo machista de la ciencia, es una coincidencia misteriosa (la mente se sobrecoge al pensar en cómo habrían descrito hoka­hoka los victorianos). Como predijo la doctrina feminista, los bonobos macho han reaccionado al nuevo régimen dominado por las hembras desa­rrollando un carácter más amable y cordial. Hay mucho menos combate y griterío, y hasta ahora se desconocen los ataques asesi­nos por sorpresa a miembros de otros grupos. Puesto que las hem­bras de bonobo son aún más activas sexualmente que los chim­pancés y tienen relaciones sexuales con una frecuencia casi diez veces mayor (y mil veces más que los gorilas), la mejor estrategia del bonobo macho ambicioso para lograr una hermandad mascu­lina es ahorrar su energía para el dormitorio, no para el cuadrilá­tero de boxeo. Me gustaría poder decirles que los testículos del ­bonobo son aún mayores que los testículos del chimpancé, pero -aunque son sin duda muy grandes- nadie ha sido capaz toda­vía de verlos.

En su libro Sexual Selections (Selecciones sexuales), Marlene Zuk describe cómo el oportuno descubrimiento de la vida sexual de los bonobos ha hecho de ellos la celebridad animal más reciente, sustituyendo a los delfines. Inevitablemente los terapeutas sexuales han empezado a pregonar las relaciones sexuales “a la manera de los bononos”. Estos son nuestros primos más cercanos.

De: http://blog.educastur.es/ideas/la-clase-de-filosofia0910/tema-2-el-animal-humano/1/

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