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12 may 2014

LOS ENCUENTROS DE UN CARACOL AVENTURERO



LOS ENCUENTROS DE UN CARACOL AVENTURERO 

Diciembre de 1918. (Granada.) 

Gcarcia Lorca

A Ramón P. Roda. 


Hay dulzura infantil 

en la mañana quieta. 



Los árboles extienden 

sus brazos a la tierra. 





Un vaho tembloroso 

cubre las sementeras, 

y las arañas tienden 

sus caminos de seda 

-rayas al cristal limpio 

del aire.- 

En la alameda 

un manantial recita 

su canto entre las hierbas. 

Y el caracol, pacífico 

burgués de la vereda, 

ignorado y humilde, 

el paisáje contempla.. 

La divina quietud 

de la Naturaleza 

le dio valor y fe, 

y olvidando las penas 

de su hogar, deseó 

ver el fin de la senda. 



Echó a andar a internóse 

en un bosque de yedras 

y de ortigas. En medio 

había dos ranas viejas 

que tomaban el sol, 

aburridas y enfermas. 



Esos cantos modernos, 

murmuraba una de ellas, 

son inútiles. Todos, amiga, le contesta 

la otra rana, que estaba 

herida y casi ciega: 

cuando joven creía 

que si al fin Dios oyera 

nuestro canto, tendría 

compasión. Y mi ciencia, 

pues ya he vivido mucho, 

hace que no lo crea, 

yo ya no canto más... 



Las dos ranas se quejan 

pidiendo una limosna 

a una ranita nueva 

que pasa presumida 

apartando las hierbas. 



Ante el bosque sombrío 

el caracol se aterra. 

Quiere gritar. No puede. 

Las rams se le acercan. 



¿Es una mariposa?, 

dice la casi ciega. 

Tiene dos cuernecitos, 

la otra rana contesta. 

Es el caracol. ¿Vienes, 

caracol, de otras tierras? 



Vengo de mi casa y quiero 

volverme muy pronto a ella. 

Es un bicho muy cobarde, 

exclama la rana ciega. 

¿No cantas nunca? No canto, 

dice el caracol. ¿Ni rezas? 

Tampoco: nunca aprendí. 

¿Ni crees en la vida eterna? 

¿Qué es eso? 

Pues vivir siempre 

en el agua más serena, 

junto a una tierra florida 

que a un rico manjar sustenta. 

Cuando niño a mí me dijo, 

un día, mi pobre abuela 

que al morirme yo me iría 

sobre las hojas más tiernas 

de los árboles más altos. 



Una hereje era tu abuela. 

La verdad te la decimos 

nosotras. Creerás en ella, 

dicen las ranas furiosas. 



¿Por qué quise ver la senda? 

gime el caracol. Sí creo 

por siempre en la vida eterna que predicáis... 



Las ranas, 

muy pensativas, se alejan, 

y el caracol, asustado, 

se va perdiendo en la selva. 



Las dos ranas mendigas 

como esfinges se quedan. 

Una de ellas pregunta: 

¿Crees tú en la vida eterna? 

Yo no, dice muy triste 

la rana herida y ciega. 

¿Por qué hemos dicho, entonces, 

al caracol que crea? 

Porque... No sé por qué, 

dice la rana ciega. 

Me lleno de emoción 

al sentir la firmeza 

con que llaman mis hijos 

a Dios desde la acequia... 



E1 pobre caracol 

vuelve atrás. Ya en la senda 

un silencio ondulado 

mana de la alameda. 

Con un grupo de hormigas 

encarnadas se encuentra. 

Van muy alborotadas, 

arrastrando tras ellas 

a otra hormiga que tiene 

tronchadas las antenas. 

El caracol exclama: 

hormiguitas, paciencia. 

¿Por qué así maltratáis 

a vuestra compañera? 

Contadme lo que ha hecho. 

Yo juzgaré en conciencia. 

Cuéntalo tú, hormiguita. 



La hormiga medio muerta, 

dice muy tristemente: 

yo he visto las estrellas. 

¿Qué son estrellas?, dicen 

las hormigas inquietas. 

Y el caracol pregunta 

pensativo: ¿estrellas? 

Sí, repite la hormiga, 

he visto las estrellas. 

Subí al árbol más alto 

que tiene la alameda 

y vi miles de ojos 

dentro de mis tinieblas. 

E1 caracol pregunta: 

¿pero qué son estrellas? 

Son luces que llevamos sobre nuestra cabeza. 

Nosotras no las vemos, 

las hormigas comentan. 

Y el caracol: mi vista 

sólo alcanza a las hierbas. 



Las hormigas exclaman 

moviendo sus antenas: 

te mataremos, eres 

perezosa y perversa. 

El trabajo es tu ley. 



Yo he visto a las estrellas, 

dice la hormiga herida. 

Y el caracol sentencia: 

dejadla que se vaya, 

seguid vuestras faenas. 

Es fácil que muy pronto 

ya rendida se muera. 



Por el aire dulzón 

ha cruzado una abeja. 

La hormiga agonizando 

huele la tarde inmensa 

y dice: es la que viene 

a llevarme a una estrella. 



Las demás hormiguitas 

huyen al verla muerta. 



E1 caracol suspira 

y aturdido se aleja 

lleno de confusión 

por lo eterno. La senda 

no tiene fin, exclama. 

Acaso a las estrellas 

se llegue por aquí. 

Pero mi gran torpeza 

me impedirá llegar. 

No hay que pensar en ellas. 



Todo estaba brumoso 

de sol débil y niebla. 

Campanarios lejanos 

llaman gente a la iglesia. 

Y el caracol, pacífico 

burgués de la vereda, 

aturdido a inquieto 

el paisaje contempla. 

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